domingo, 17 de agosto de 2008

Historia breve




Claudia

I

En algún lugar de Arequipa, en una casa bastante antigua, vivía una pequeña niña de cabello muy largo y oscuro que su madre trenzaba cada noche con mucha paciencia mientras respondía dulcemente a las preguntas que ella le hacía. Claudia era una niña de siete años adorable y muy curiosa acorde a su edad.

-¿Porqué papi fuma?- Preguntó Claudia a su madre una noche mirándola fijamente con unos enormes y encantadores ojos acaramelados, que reflejaban la luz opaca de la lámpara que iluminaba la habitación.

-Papi ya es adulto mi amor... Pero los niños no fuman, ¿Verdad?- Claudia abrió los ojos aún más y con algo de susto movió su cabecita varias veces hacia los lados, y a pesar de que su madre no le había respondido correctamente, Claudia decidió no volver a preguntar. Manteniendo los labios juntos, la madre comenzó entonces a deslizarse tiernamente entre las notas de una canción mientras terminaba la trenza. Era la misma canción que Claudia escuchaba a veces en el estudio de la casa por las tardes, cuando entraba a hurtadillas para acomodarse en un lugar estratégico que le permitiese pasar inadvertida por su padre, quien solía revisar documentos seguramente muy importantes a esa hora del día. Le gustaba recostarse en el suelo a sus espaldas para oír la música, y ver a contra luz, cómo aparecían caprichosas formas en el humo del cigarrillo, y se dispersaban lentamente en el aire mientras él fumaba o encendía otro. Ese fue uno de los adorados recuerdos que Claudia guardó para siempre de él. El olor de su padre mezclado con el del cigarrillo, el olor del papel en los libros, el sonido de la música, la calidez de su casa y el color de la tarde en las paredes.

II

Tenía la blusa mojada con ron a la altura del vientre, eran las tres de la mañana y el frío intenso penetraba hasta sus huesos y en sus entrañas a causa del licor derramado sobre ella. Claudia estaba ebria pero aún se mantenía conciente, aunque a duras penas. Volteó hacia su izquierda y descubrió a su mejor amiga besando muy exageradamente a un hombre. Ella tenía sus dedos insertados entre los cabellos de él para sujetarle la cabeza; al mismo tiempo, él la ceñía contra su cuerpo tomándola por la cintura con una mano y le apretaba una nalga rudamente con la otra. Habían salido juntas para bailar y beber porque Claudia cumplía veintiún años. Su mejor amiga prácticamente le había obligado a salir de su casa, para ayudarle a olvidar la tristeza en la que estaba sumergida hacía diez meses, desde que la relación con su novio había terminado.

Al cabo de unos instantes, Claudia notó que alguien se aproximaba y trató de enfocar su visión. Cuando pudo distinguir el rostro de aquella persona, lo reconoció y recordó que se trataba del sujeto que venía intentado besarla desde el momento en que la embriaguez en ella comenzó a ser evidente. El muchacho traía consigo una botella de pisco. Cuando estuvo a unos pasos de llegar, se sirvió hasta el borde en un pequeño vaso de plástico sin dejar de caminar, derramando un poco de pisco al hacerlo; se sentó y bebió el licor de un solo sorbo. Claudia recordó de repente el momento en que a ella se le había caído el vaso con ron en la discoteca. Los cuatro habían salido juntos de allí y ahora él regresaba después de haberse desviado para comprar más licor.

-¡Ssalud!... uy... perrdón...- Dijo el muchacho viendo el espectáculo que su amigo y la mejor amiga de Claudia hacían. Aparentemente ebrio, se sentó en la entrada de una casa en cuyo interior, parecía no haber nadie que se preocupara por el alboroto que sucedía afuera.

-Tome ussted asiento porrque tanto elloss como essta botella noss exssigen más tiempo al parecsser...- Dijo dificultosa y alegremente.

-No... me voy... lo ssiento...- Respondió Claudia intentando no sonar tan ridícula como el muchacho ebrio que la miraba desde abajo.

-Tranquila... ya sé que nno te gussto... no volveré a intentarr bessarrte... parreces triste... yo también tomo porr esso...- A Claudia le pareció que la borrachera ya se había salido de control, pero al darse cuenta de cuál era el motivo por el que se encontraba en aquellas condiciones, sintió un dolor profundo y empezó a llorar. El muchacho la tomó de la mano sin levantarse y sin decirle nada; la jaló suavemente y ella se sentó casi sin darse cuenta de lo que hacía.

-¡Aunnque mmal paguen!- Dijo él con una sonrisa y extendiéndole a Claudia el vaso de pisco servido hasta el tope. Claudia vio la imagen de su novio sonriendo en el vacío de su mente, se enojó ahora si conteniendo las lágrimas, tomó el vaso, cerró los ojos y lo bebió de un solo sorbo como lo había hecho el muchacho momentos antes; cuando volvió a abrir sus ojos era a él a quien ahora veía sonriendo, y esta vez pudo notarle un extraño destello en la mirada.

III

-¿Cuántas veces te he dicho que el humo te hace daño, eh? ¿Belleza?- Dijo repentinamente su padre que había hecho girar su silla media vuelta para descubrir a Claudia tendida en el piso, y con la mirada perdida en las extrañas formas de humo que tanto le fascinaban. La voz que oyó estremeció su cuerpecito unos instantes, pero luego de la sorpresa al verse descubierta, rápidamente le asaltó la alegría y la pequeña se levantó para correr con los brazos extendidos hacia su padre. Él se apresuró a apagar su cigarrillo apretujándolo en el cenicero y aún sentado, debió inclinarse un poco más para recibir a su hija. Claudia llegó hasta su padre y se aferró a su cuello, él la levantó fácilmente en sus brazos y la llevó cargando hasta la ventana que daba al jardín y que se hallaba abierta.

-¿Papi, porqué fumas?- Le preguntó dándole palmaditas muy despacito en la mejilla, una y otra vez.

-El humo le hace daño a tus pulmones... tu lo que debes respirar es el aire puro que viene de las flores. ¡Respiremos!- Dijo inhalando profundamente y permitiendo que el aire hiciera sonido al pasar por su nariz; la pequeña Claudia lo imitó casi al mismo tiempo. “¡Ahhhh!” expresaron los dos sonriéndose.

-Qué celosa me siento.- Susurró de repente la madre de Claudia al oído de su esposo abrazándolo por la cintura desde atrás.

-¡Mami!- Gritó Claudia.

-¡Hola mi amor!- Respondió.

El padre de Claudia giró un poco el cuello para encontrar los labios de su mujer y la besó tiernamente. -Te amo- dijo ella mientras sus ojos se enjugaban.

-Una flor para otra flor- Dijo él entregándole a Claudia para que se la llevara del estudio, se dio cuenta que su esposa no podría contener el llanto, y la beso nuevamente cuando ella la hubo recibido.

-¿Mami, qué pasa?- pregunto Claudia cuando llagaron a la puerta.

-Papi tiene que trabajar mi amor- Claudia pudo ver a su padre aún en la ventana y mirando hacia el jardín antes de que su madre cerrara la puerta. No se atrevió a preguntarle por qué estaba llorando. La veía secarse los ojos con las manos y sentía miedo. Una semana después su padre murió. Claudia lloró tanto que se quedó dormida en el estudio; y lloró más aún pasadas dos semanas, cuando su madre la obligó a dormir con ella en su habitación, en vez de seguir haciéndolo en ese lugar que tanto amaba.

IV

-¡Ni unna gota... másss!- Dijo Claudia. -Quierro ir a mmi... cassa...-

-Ya nos vamos. No seas escandalosa.- Respondió su amiga mucho más sobria que ella, abrazada al hombre que no dejaba de entretenerse con sus nalgas y de besarle el cuello. Él era mayor en comparación al muchacho que estaba interesado en Claudia.

-Vámonoss yaa... entoncesss...- Dijo Claudia, y luego se percató que el muchacho del pisco ya no estaba.

De pronto las luces de un automóvil estacionándose la cegaron; era él.

-Vámonoss Clauddia...- Dijo por la ventana intentando aparentar un mejor estado del que se encontraba. Se estiró para abrir la puerta del copiloto, y entre todos le ayudaron a subirse. La mejor amiga y su pareja se sentaron en la parte trasera, y Claudia se había dormido casi inmediatamente.

Amaba a su novio; pero en la última pelea que tuvieron ella se enojó tanto, que en medio de la cólera le dijo que no quería verlo nunca más; que alguna vez había sentido algo por él; pero que ya no sentía nada. Entonces él no volvió a buscarla. Todo lo que había sucedido era absurdo. Simplemente se enojaron y no habían vuelto a verse. Habían pasado diez meses pero el dolor era insoportable para ella. Tal vez todo se hubiese solucionado rápidamente tan sólo con hablar, pero ninguno trató de hacer nada. Claudia no podía entender porqué no podían siquiera intentar; quería arreglarlo todo pero algo la dejaba inmovilizada. Sólo se preguntaba y se volvía a preguntar inútilmente: “¿Porqué?”, sabiendo que no había respuesta. “¿Orgullo tal vez?”.

Abrió los ojos y vio directamente la luz de un fluorescente. Todavía estaba adormecida, respiraba con dificultad y sentía frío. El muchacho ebrio estaba sobre Claudia tocando sus pechos con una mano; se apoyaba con el codo del otro brazo sobre la cama, y sobre la almohada, apoyaba también su frente a un costado de la cabeza de ella. Ambos estaban desnudos y el dolor que sentía debía ser por la penetración en su sexo. Se dio cuenta que había perdido la virginidad que reservaba para su novio, a quien ya estaba dispuesta a entregarse antes de la pelea que tuvieron. No se había presentado el momento ideal que ella quería, y después discutieron. Recordó la expresión de amor en su novio la única vez que ella estuvo a punto de entregarse estando sobre él en un sillón. El muchacho ebrio se estremeció y se quedó inmóvil. Ella regresó a la realidad. Su corazón se hizo pedazos. Abrazó a aquel muchacho sintiendo rabia y asco. Cerró los ojos llorando, pudo ver otra vez a su novio en su imaginación, y dirigiéndose a él dijo en voz alta:

-Te amo mi amor.- Creyó sentir el olor en el estudio de su antigua casa.

-¿Ssi? ...Yo también te ammo... mmi amorrr...- Respondió el muchacho ebrio con la voz ahogada en la almohada.

V

Jugaba haciendo voces graciosas mientras veía a las hormigas andar en una larga fila, como si pudiera hacer que ellas conversasen entre sí. Su padre y su madre la veían a cierta distancia abrazados.

-Hoy es un gran día.- Dijo él con categoría y mucha clase, dirigiendo la cara hacia el horizonte y como viendo algo a gran distancia.

-Por supuesto gran rey.- Dijo ella sabiendo que su esposo le coqueteaba, y que no soportaba el deseo de besarla cada vez que ella lo llamaba “rey”. La besó profundamente. Claudia los veía desde lejos con curiosidad.

-Veré como va vuestro banquete en la cocina.- Hizo el ademán de sujetarse un vestido imaginario mientras doblaba ligeramente las rodillas. Él dejo escapar una carcajada.

-¿Amas a mi mami papá?- Su madre ya había entrado en la casa.

-Con todas mis fuerzas, belleza.- Se puso en cuclillas y tomó a Claudia por los hombros suavemente.

-Cuando seas grande, muchos hombres se enamoraran de ti porque eres un primor.- Sacudió su mejilla apretándola con el índice y el pulgar. -Tu aprenderás que muy pocos estarán diciendo la verdad. Aún así, te enamorarás también.- Su rostro se tornó muy serio.

-¿Yo?, no, wacala- Claudia se ruborizó.

-Si estas enamorada, y crees que un hombre te ama de verdad, dale la oportunidad de demostrártelo. La vida no es fácil y habrán muchos momentos tristes; pero cuando dos personas se aman, se apoyarán el uno al otro siempre.- Levantó a la pequeña Claudia en sus brazos para llevarla a la casa porque ya era hora de almorzar.

-Nunca estarás triste si estas con la persona que amas... Prométeme que te casarás con un hombre que te amará mucho, belleza... Prométeme que te entregarás a ese hombre sólo si lo amas.- Sabía que Claudia no entendía bien el significado de esas palabras, pero pensó que de seguro lo descubriría cuando creciese.

-Lo prometo.- Claudia cerró los ojos y apoyó su cabeza en el hombro de su padre.

-Nunca te cases o te entregues sin amor.- Concluyó su padre.

-Nunca papi, nunca.- Respondió Claudia.